lunes, 8 de abril de 2013

14. "A fine, white flying myth"




        “A fine, white flying myth.” Mito o mistificación. Para Sylvia su infancia junto al Atlántico fue hermosa, inocente, pura, libre. Se le murió su padre y se alejaron del océano: esas dos desgracias señalaron el final de su niñez y  de su felicidad. Vienen resumidas en un cuento, Ocean 1212-W:

“Y así es cómo se anquilosa, mi visión de aquella infancia a orillas del mar. Mi padre murió, nosotros nos trasladamos tierra adentro. De ahí que aquellos primeros nueve años de mi vida quedasen sellados, como un barco dentro de una botella… llenos de belleza, inaccesibles, obsoletos, una linda mistificación…”[1]

Ser una niña de ocho años, aún (otra vez)...Y tener a papá, aún (otra vez).

En su novela, La campana de cristal[2], Esther, la protagonista (Sylvia, Sylvia), lo recuerda.

“…Constantin (…) me cogió la mano y la apretó, y no me había sentido tan feliz desde que tenía unos nueve años y corría por las playas ardientes y blancas con mi padre el verano antes de que se muriera. (…) pensé que era extraño que nunca se me hubiera ocurrido antes que sólo había sido verdaderamente feliz hasta los nueve años.
          Después, a pesar de las Girl Scouts y las clases de piano y las clases de acuarela y las clases de baile y el campamento de vela, todo lo cual mi madre me procuró con mucho esfuerzo, y la universidad, y salir a navegar en la bruma, antes del desayuno, y las tortas tostadas por abajo y las pequeñas, nuevas tracas de ideas que disparaban cada día, nunca había vuelto a ser feliz de verdad.”[3]

        Erica Wagner, en El don de Ariel (Ariel’s Gift), lo entiende así:

          “Plath idealizó el tiempo anterior a la muerte de su padre; en esos años habían vivido junto al mar (…): ‘El centro de los primeros años de mi vida fueron el océano y las barcas’, escribió al poeta Richard Murphy a finales del verano.[4] Las imágenes del mar, y de su dios-padre en su fondo, impregnan su obra. [Cita <<Papá>>] (…) A veces (como en un poema anterior, <<La cabeza de barro>>, es ella la que parece estar sumergida. En esta época – en el otoño de 1962 – congeló a su padre allí, y muchos de los otros poemas que escribió entonces (<<Medusa>>, <<Lesbos>>, <<Lyonesse>>) están llenos de imágenes de ahogamientos, de un mar que la rodea, de ‘una atmósfera clara, verde, bastante respirable’.
          Es como si a la vez anhelase y temiese el mar… (…) Ella había expresado la insatisfacción que le producía el mar inglés en Ocean 1212 – W:

“De vez en cuando, si siento nostalgia por mi infancia oceánica --los gritos de las gaviotas y el olor de la sal-- alguna persona de buen corazón me mete en el coche y me lleva hasta el horizonte salobre más cercano. Después de todo, en Inglaterra, no hay ningún lugar que esté a más de ¿cuánto?, setenta millas del mar. ‘Ahí,’ me dicen, ‘ahí está.’ Como si el mar fuera una ostra enorme que te pueden servir en cualquier lugar del mundo y que tiene siempre el mismo sabor. Yo salgo del coche, estiro las piernas, y siento el olor. El mar. Pero eso no es, eso no es de ninguna manera.”[5]

        En esta carta a su madre lo describe así:       

“Los lugares de veraneo de la costa inglesa tienen algo deprimente, siempre nublados. Naturalmente, el tiempo casi nunca acompaña, así que la mayoría de la gente lleva jerseys de lana, abrigos, o impermeables de plástico de colores. La arena está llena de lodo, sucia…Mi playa favorita, en todo el mundo, es la de Nauset, y me duele en el corazón no estar en ella…”[6]

Ted Hughes lo cuenta en <<La playa>>[7]: “Dabas coletazos, luchando por que te soltaran, como una anguila migratoria en noviembre. / Necesitabas el mar.” Ted lo sabía. “Ansiabas como el oxígeno / tus primeros veranos en América, morena, quemada por el sol. / Alguna profecía te había descarriado, de alguna manera. Inglaterra / ¡era tan pobre!” Quiso enseñar a su esposa otra playa como aquélla de Nauset, su Avalón mágica. “Por alguna razón me empeñé en ir a Woolacombe Sands.” Ya llegaban. “El mar se acercó, entontecido después de la lluvia, / y no representó su papel. (…) / Tú te negaste a salir del coche. / Te quedaste sentada detrás de tu máscara, inaccesible… / mirabas fijamente el océano que te había fallado.”

        De modo que éste era el reverso de las espléndidas playas de Nauset.
        Echamos la moneda, no, el océano, al aire y cayó
boca abajo, aplastando tu sueño….

“Y aquí, a mis pies, entre la espuma, / el otro rostro, el verdadero, los ojos puestos en el cielo.” El de papá.

        En <<El prisma>>[8] Ted estudia a Sylvia mirando con morriña, en el interior de un cristal, una playa de Nauset. “Las aguas de la hermosa Nauset (…) fueron la cuna de tu ser [your self’s cradle].”

        “…Todavía lo conservo. Lo tengo aquí, en la mano…
        ‘Las aguas de la hermosa playa de Nauset’.
        Tu infancia intacta, tu Paraíso,
        con sus cangrejos de herradura, anteriores a Adán, en sus orillas,
        como garantía, el sello mismo de Dios.
        Lo giro, el prisma, hacia aquí y hacia allá.
        Hacia allá veo el parpadeo vaporoso de la espuma de las olas
        de tus éxtasis, tus visiones en el cristal.
        Hacia aquí la lámpara rota, irreparable,
        en la cripta que sueño, totalmente oscura,
bajo tu lápida.

        En <<Sobre el ocaso de los oráculos>>[9], un poema de 1957, Sylvia percibe todavía el mar que ha perdido, el de su padre, que cabía, érase una vez, en una caracola.

        Mi padre guardaba una caracola abovedada
        junto a dos sujetalibros, unos barquitos con sus velas desplegadas,
        y yo, arrimando el oído a sus fríos dientes,
escuchaba el murmullo de las voces de aquel mar ambiguo...
(...)

Mi padre murió, y cuando murió
quiso que nos deshiciésemos de sus libros y de su caracola.
Los libros los quemamos, el mar se llevó la caracola,
pero yo, yo guardo las voces que él
puso en mi oído, y, en los ojos,
la visión de aquellas olas azules, nunca vistas...

       


[1] Sylvia Plath, Ocean 1212-W. En Johnny Panic and the Bible of Dreams, Londres, Faber, 1977, p. 124. Citado en Elizabeth Butler Cullingford, <<A Father’s Prayer, A Daughter’s Anger: W. B. Yeats and Sylvia Plath>>, p. 245.
[2] Sylvia Plath, The Bell Jar, pp. 77 – 78.
[3] Sylvia Plath, The Bell Jar, pp. 77 – 78.
[4] Anne Stevenson, Bitter Fame: A Life of Sylvia Plath; Londres, Penguin, 1998, p. 253.
[5] Erica Wagner, Ariel’s Gift, pp. 160 – 161.
[6] Carta de Sylvia Plath a su madre, del 27 – VIII – 1960. En Sylvia Plath, Letters Home, p. 391.
[7] <<The Beach>>. Ted Hughes, en The Birthday Letters, pp. 154 – 156.
[8] <<The Prism>>. Ted Hughes, en The Birthday Letters, pp. 186 – 187.
[9] <<On the Decline of Oracles>>. Sylvia Plath, Collected Poems, p. 78.

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