Los muertos se quedan
muy expuestos. Si escribes, e importa lo que cuentas, los lectores, tus mayores
aficionados, caerán como moscardas sobre tu carne y sobre tu verbo. A Sylvia
Plath nadie supo guardarla.
Va
la querella de su hija Frieda:
<<Lectores>>[1]
“Pretendiendo insuflar vida a los bebés que
se les habían muerto
tomaron sus sueños, coleccionaron
palabras de una
que padeció por ellos.
Manosearon los paños menores de su mente
revolviendo cada pieza que escribió. La
querían desnuda.
Querían saber qué hizo que ella.
Luego trataron de volver a emplumar el
ave.
El buitre, con el pico sanguinolento
metido en su propia barriga,
sorbía su propio jugo,
intentaba averiguar su propia forma,
sus propias razones,
su propia muerte.
Sus madres yacían en serenas sepulturas
recortadas con guijarros verdes
y tarros de mermelada con flores, pero a
la mía la desenterraron.
Hasta contaron las conchas que yo
esparcí sobre su ataúd.
Le dieron la vuelta, como si fuera un
filete a la brasa,
para hallar los secretos de sus muslos
marchitos
y de sus pechos encogidos.
Le sacaron los ojos para ver lo que ella
veía,
y se le comieron la lengua a
mordisquitos
para hablar con su voz.
Pero cada uno saboreó un trozo de carne,
consumió un órgano diferente,
tocó otra piel.
Insistían, que eran ellos
quienes lo sabían,
quienes poseían la receta exacta.
Cuando la sacaron del horno
la habían destripado, pelado,
y guarnecido.
La llamaban suya.
Todo este tiempo yo he pensado
que me pertenecía sobre todo a mí.”
El
penúltimo poema de las Cartas de
cumpleaños de Ted Hughes, que la quiso y no, se llama <<Los perros se
están comiendo a vuestra madre>>[2].
“Yo la sepulté allí donde cayó.
Vosotros jugasteis alrededor de la
tumba. Colocamos
conchas marinas y grandes guijarros
venosos
que habíamos traído desde Appledore,
como si fuésemos ella misma.”
Pero
la perrada, las hienas, han desenterrado el cadáver de Sylvia, se pelean por
sus restos. “Demasiado tarde / para salvar lo que fue.” “Conque dejadla.”
“Dejad
que meneen los muñones de sus rabos, que se ericen y
vomiten
en sus simposios.
A ella pensadla, mejor,
extendida con cuidado sagrado sobre una alta rejilla
para que los buitres
la devuelvan al sol.”
Es,
esto que viene, otra vez, otra vez, carroñería (necrofagia, necroscopia,
necromancia). Hago como otros bichos necróforos: entierro el cuerpo (hecho de
palabras) de Sylvia y desovo en él, a ver qué criatura nace. Perdón. Perdón.
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