Sylvia (Plath)
en las Cartas de cumpleaños de Ted Hughes
Prólogo
Han gozado de una
“aventura” “diminuta”, de “una miniatura de juguete / de la vida que podría
habernos unido / en un solo animal, en una sola alma--” Fue visitación. Gracia
de aquella diosa, que...
“…había venido
a decir a la poesía que nos estaba echando a perder con sus
mimos.
La poesía lo escuchó, tal vez, pero nosotros no oímos nada,
y la poesía no nos lo dijo. Y nosotros
sólo hacíamos lo que la poesía nos decía
que hiciésemos.”[1]
Erica Wagner abre Ariel’s Gift (El don de Ariel), su estudio sobre “Ted Hughes, Sylvia Plath y la
historia de Cartas de cumpleaños”,
con dos epígrafes. En el primero Seamus Heaney afirma el carácter excepcional
de la poesía: sólo allí (y al final, delante de Nuestro Señor) nos descaramos,
nos confesamos, revelamos lo que en ninguna otra parte nos dejan contar:
“El alma tiene sus escrúpulos. Cosas que no
se pueden decir.
Cosas para guardar, que pueden conservar
la mirada, en la madrugada,
abierta y franca. Cosas para el vale de Dios
y para la poesía. La cual es, como dice
Milosz,
‘un dividendo de nosotros mismos’, un
tributo pagado
por aquello a lo que hemos sido leales.
Algo que se permite.”[2]
Hughes
y Plath visitaron la casa de las hermanas Brönte. Su guía “les tenía lástima.
Los escritores / eran gente patética. Se escondían del mundo, / y lo
inventaban.”[3]
¿De qué se escondía Sylvia? Y ¿qué mundo inventó?
“Llevas
diez años muerta. Es sólo una historia.
/ Tu historia. Mi historia.”[4] Eso
son las Cartas de cumpleaños. Historia, “story”: cuento. La historia
de Sylvia. La historia de Ted. Una historia que guardó durante años, y que
le costó muchísimas fatigas publicar, y que, cuando lo hizo, lo alivió.[5]
El
libro conversa con Sylvia[6], “trata de Sylvia”[7]. ¿En
qué idioma está escrito? “No es del todo inglés y no es del todo música.
Probablemente sea algún tipo de lengua heredada que hemos olvidado.”[8]
Las
Cartas de cumpleaños son los poemas
más íntimos de Ted Hughes. El resto de su obra parece simple glosa, o
traducción, del mundo, o de otros libros. Pero no, claro. Ahí, acaso, arranca
la poesía, en lo que no podemos decir, y decimos como podemos.[9] Un
ejemplo: Ted Hughes tradujo el Alcestis
de Eurípides. Han condenado a Admetos a morir, a no ser que alguien ofrezca su
vida a cambio de la suya. Lo hará Alcestis, su esposa.
“Mira lo que has hecho: has dejado que ella
muera en tu lugar.
Vives ahora
sólo porque dejaste que la Muerte se la
llevara.
Tú la mataste. A pecho descubierto
fue a encontrarse con la muerte que tú
esquivaste…”[10]
Admetos
hace a Ted; Alcestis, a Sylvia.
Pues en las Cartas de cumpleaños que Ted Hughes
escribió a Sylvia, y cerca de Sylvia, y acerca de Sylvia, también puede
hallarse lo que entendió él que su mujer tuvo con su padre.
[1]
Ted Hughes, <<Flounders>>, en Birthday
Letters, pp. 65 – 66.
[2]
Seamus Heaney, <<Sobre una nueva obra en la lengua inglesa>>
(<<On a New Work in the English Tongue>>. En Erica Wagner, Ariel’s Gift, p. vii.
[3]
Ted Hughes, <<Cumbres Borrascosas>> (<<Wuthering
Heights>>), en Birthday Letters,
pp. 59 – 61.
[4]
Así termina el poema de Ted Hughes, <<Visita>>
(<<Visit>>), en Birthday
Letters, pp. 7 – 9.
[7]
Ted Hughes, conversación con Matthew Evans, 13 – IV – 1999. En Erica Wagner, Ariel’s Gift, p. 24.
[8]
Ted Hughes, en Keith Sagar, The Art of
Ted Hughes, Cambridge, Cambridge University Press, p. 64. En Erica Wagner, Ariel’s Gift, p. 29.
[9]
Ted Hughes, en Paris Review, 1995. En
Erica Wagner, Ariel’s Gift, p. 16 –
17).
[10]
En Erica Wagner, Ariel’s Gift, p. 4.
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