lunes, 8 de abril de 2013

5. Otto Plath resumido




        En su “Introducción” a las cartas de su hija que ella misma edita (Letters Home) Aurelia Plath nos cuenta algunas cosas sobre su marido y Sylvia. Aurelia Schober conoció a Otto Emil Plath en la Universidad de Boston. Ella estudiaba su Maestría en Artes en inglés y alemán, y escogió el curso de Alto Alemán Medieval que impartía el doctor Plath. Otto Plath nació en la ciudad de Grabow, en Alemania, en el Corredor Polaco, y emigró a los Estados Unidos con sus padres. Ingresó en el Seminario Luterano del Sínodo de Missouri, pero pronto, muy decepcionado, se salió. Borraron su nombre de la Biblia familiar. De su primera mujer se separó inmediatamente. A Aurelia la conoció catorce años después. Se casaron en enero de 1932. Cuando Aurelia se quedó embarazada, Otto expresó su deseo de tener una hija: “Las nenas [Little girls] suelen ser más cariñosas”, dijo. Silvia nació el 27 de octubre de 1932, y se crió “a demanda”: cuando lloraba, su madre la cogía en brazos, la acunaba, le cantaba y le daba de mamar.[1]

“Durante el primer año de nuestra vida de casados todo lo sacrificamos en aras del LIBRO [Los abejorros y sus costumbres, una ampliación de la tesis doctoral de Otto]. Y después del nacimiento de Sylvia, fue el turno del CAPÍTULO [un ensayo sobre <<las Sociedades de Insectos>> que constituyó el capítulo IV de Un manual de psicología social]. Por suerte mi familia era bien recibida…”[2]

        Aurelia pinta a su marido tacaño y tirano. El hombre, para él, “debía ser der Herr des Hauses (el señor de la casa)”.

“La diferencia de edad entre nosotros (veintiún años), la mayor preparación académica de Otto, los largos años que pasó viviendo en colegios mayores o solo, nuestra antigua relación de profesor y alumna, todo esto hizo que para él resultase algo difícil su adaptación al hogar y a la familia. Él ejercia su dominio en casa ‘por derecho’”.[3]

No le gustaba discutir las cosas.

“Al finalizar mi primer año de matrimonio me di cuenta de que si quería la paz en mi hogar (como así era) tendría, simplemente, que someterme a él, aunque no estaba en mi naturaleza hacerlo.”[4]

En La campana de cristal Sylvia Plath escribe:

“¿Acaso no me había contado mi madre que tan pronto como ella y mi padre dejaron Reno en su luna de miel (mi padre estaba casado, así que necesitaba el divorcio) mi padre le dijo, ‘¡Vaya, qué alivio, ahora podemos dejar de fingir y ser nosotros mismos!’? Desde ese día mi madre no disfrutó ya de un momento de paz.”[5]

        En 1935 nació Warren, el hermano de Sylvia. Ésta lo acogió con celos.

“Otto no tomaba parte activa en el cuidado de los niños, ni jugaba con ellos, pero los quería mucho, y se enorgullecía de su belleza y de sus progresos.”[6]

“El año siguiente al nacimiento de Warren Otto empezó a encerrarse en sí mismo”. Enfermó. Perdía peso, padecía una tos crónica, y sinusitis. Se cansaba enseguida, y se irritaba por nada. Él mismo se diagnosticó un cáncer de pulmón, y se negó a ver a ningún médico.

En otoño de 1936 se fueron a vivir a Winthrop, en Massachusetts, muy cerca del mar y de la casa de los abuelos, en Point Shirley. Sylvia empezó a confundir al “yayo” con “papá”. A los niños les encantaba jugar en la playa durante la marea baja, recogían conchas, hacían hoyos en la arena, exploraban la minúscula vida marina, escalaban las rocas…Pero Otto empeoraba, “se deterioraba física y emocionalmente”.[7]

“Mantuve una estricta política de ‘arriba y abajo’ cuando los niños estaban en casa, en parte para que el ruido de sus juegos no enfadara a mi marido, pero sobre todo para que él no los asustara…”[8]

Otto insistió en seguir dando clases, pero pagaba el esfuerzo, y a su regreso a menudo se hundía en el sofá de su despacho. Vivía allí ahora, y Aurelia se llevaba a los niños, siempre que podía, a la playa, o a casa de sus vecinos, los Freeman, que tenían dos chiquillos de la edad de Sylvia y Warren.

“La habitación más grande del primer piso pasó a ser el cuarto de los niños. Allí inventaba yo cuentos que giraban alrededor del oso de peluche favorito de Warren. Eran Las Aventuras de Mixie Blackshort, y sus entregas duraron varios años. Los niños cenaban en su cuarto, sentados a la mesita de madera de arce, junto a un enorme ventanal por el que contemplamos una vez un emocionante eclipse de luna. (…)
Después de la cena y del baño, jugaban en su cuarto mientras su padre y yo cenábamos. Luego bajaban al salón una media hora, para estar con nosotros antes de irse a la cama. Sylvia tocaba el piano para su padre, o improvisaba algún baile; los dos niños le enseñaban sus dibujos, recitaban poemas que recordaban o versos rimados que habían inventado.
          (…)   
Por esta época Warren desarrolló varias alergias a ciertos alimentos, al polen, al polvo, etc. En el invierno de 1938-39 sufrió dos ataques graves de neumonía, y empezó a padecer de asma. Otto seguía perdiendo peso; su salud se deterioraba, y entre atender a mi hijo y a mi marido yo pasaba muy malas noches. Siempre que Warren enfermaba mis padres se llevaban a Sylvia. Su cariño por el yayo aumentó. Él no sólo jugaba con ella a mil cosas, sino que la llevaba a nadar con él, algo que ella describiría más adelante como una experiencia memorable con ‘papá’. Ahí comenzó Sylvia a fundir a ambos personajes en uno, cosa que sucedería periódicamente en su escritura. El primer ejemplo se encuentra en un cuento suyo, inédito, <<Entre los abejorros>>, donde la fusión de su padre y del abuelo ocurre varias veces. La historia termina recordando a su padre al final de su enfermedad. Los episodios en los que nadaba con su abuelo se los atribuye aquí a su padre:

        ‘Primero su padre se metía en el mar, dejándola a ella en la playa…
Al cabo de un rato ella lo llamaba, y él se volvía y empezaba a nadar hacia la orilla, esculpiendo una línea de espuma…rompiendo las aguas con sus poderosos brazos. Se llegaba hasta su hija, la subía a caballito y se ponía de nuevo a nadar. Ella, extática y aterrorizada, se cogía del cuello, apoyando la mejilla contra su pescuezo, y se dejaba ir, siguiendo sin esfuerzo la enérgica estela de su padre.’”[9]

A mediados del mes de agosto de 1940 Otto Plath tropezó con la pata de su escritorio. Al volver a casa y descalzarse, tenía los dedos de los pies negros. Le diagnosticaron una diabetes. Padeció una neumonía, que le curaron en el hospital. En casa lo atendía una enfermera. Finalmente, hubo que amputarle la pierna el 12 de octubre. El 5 de noviembre sufrió una embolia pulmonar y murió.[10]



[1] Aurelia Schober Plath (ed.). Letters Home, pp. 6 – 11.
[2] Aurelia Schober Plath (ed.), Letters Home, p. 13.
[3] Aurelia Schober Plath (ed.). Letters Home, p. 13.
[4] Aurelia Schober Plath (ed.). Letters Home, p. 13.
[5] Sylvia Plath, The Bell Jar…, p. 89.
[6] Aurelia Schober Plath (ed.). Letters Home, p. 16.
[7] Aurelia Schober Plath (ed.). Letters Home, pp. 16 – 18.
[8] Aurelia Schober Plath (ed.). Letters Home, p. 18.
[9] Aurelia Schober Plath (ed.). Letters Home, pp. 18 – 22.
[10] Aurelia Schober Plath (ed.). Letters Home, pp. 22 – 24.

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