lunes, 8 de abril de 2013

15. El sueño de Aurelia Plath




        La imagen de su padre ahogado procede (también) de un sueño, un sueño de su madre:

        “Fue, en parte, culpa de su hija. Tuvo un sueño: su hija se había puesto un vestido vulgar, de colores chillones, estaba a punto de salir, se iba a meter a corista, y también a prostituta, probablemente. (Tenía un amante, ¿no? Hacía manitas con los chicos, y cogía el avión para Nueva York, y allí visitaba a artistas estonios y a judíos persas riquísimos, y llevaba las bragas húmedas con la suciedad blanquecina y pegajosa del deseo. Encerrarla en una celda, con ella ya no podías hacer otra cosa. Ella no es hija mía[1]. Ésa no es mi niña buena. ¿Qué se hizo de esa muchacha?) El Marido, resucitado en el sueño para revivir la maldición de sus viejas cóleras, salió de casa dando un portazo, como un energúmeno, pues su hija iba a trabajar de corista. La pobre Madre corre por la orilla de la playa, hundiendo los pies en la arena de la vida, con el bolso abierto, y el dinero y las monedas se caen en la arena, se vuelven arena. El padre había estrellado el coche, furioso, para vengarse de ella, contra el pretil del puente, y flotaba, muerto, boca abajo, hinchado, arrastrado por las aguas del océano hasta los pilares del club náutico. Todo el mundo los miraba desde el muelle. Todo el mundo lo sabía todo.”[2]


[1] Su subrayado.
[2] <<Notas sobre las visitas a RB>>, Viernes, 12 de diciembre de 1958. En Sylvia Plath, The Journals…p. 432.

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