Sylvia
Plath ronda la tumba de su padre, como quien pasea la calle del amigo, en
varias de las Cartas de cumpleaños de
Ted Hughes.
En
<<Cuento de hadas>>[1]
Sylvia es la novia de Barba Azul. Barba Azul, el Ogro, es su padre, suma de
todos sus amigos. Lo visita en sueños todas las noches. Pero sólo puede
consumar su matrimonio abriendo la puerta de la habitación prohibida, sólo
puede darse a él, para siempre, en la muerte. Ted llega tarde, no consigue
salvarla, y él mismo cae.
En <<El
Minotauro>>[2]
Ted ya no es mero testigo impotente, y participa en la desgracia de Sylvia. Ted
aconsejó a su mujer que volcara su furia celosa (que por ahora destrozaba
muebles) en su poesía. Y lo hizo, a lomos de Ariel. Ted le dio, con aquel
aviso, “el extremo ensangrentado de la madeja” que guió a Sylvia hasta la tumba
que su padre había vaciado para que la ocupase ella. El Minotauro, su padre
resucitado, la recibió como Jesús a la Magdalena, en el huerto. Pero este otro
muerto imperfecto le diría, tócame, tócame. Sylvia lo tocó y se deshizo. En el
laberinto perdió a su marido, a sus hijos, a su madre. Quiero decir, también,
que se perdieron ellos.
En
<<Vida de ensueño>>[3]
Sylvia visitaba en sueños el sepulcro de su padre. “Cada noche descendías de
nuevo / a la cripta del templo, / a esa cueva privada, primieval, / bajo la
bóveda pública de la adoración al padre”. Los poemas que rescataba eran
“fragmentos” de las misas de su culto. Y ese “Dios del Sueño”, con “sus ojos
azules”, preparaba a su hija/sacerdotisa para “la Fiesta de la Expiación”.
Es
Ted quien lleva a Sylvia, aquí[4] como
en otros poemas, hasta su padre, y hasta el horror que la terminó. Es él quien
la anima a irle detrás, a recordarlo,
a animarlo, a despertarlo. Allí buscaban a papá en las letras de la mesa de
güija, allí aconsejaba a su mujer que escribiese entusiasmada (que se llenase
de su dios), aquí fabrica una tabla encantada que hará su mesa. Sylvia
escribirá sobre ella su ábrete sésamo, y la tabla servirá de puerta, puerta que
se abre (otra vez) a la tumba de su padre.
Una
compañera de la facultad había hecho una cabeza de barro de Sylvia. A ella no
le gustaba, quería deshacerse de ella, pero sentía cierta aprensión. A Ted se
le ocurrió entonces colocarla sobre un sauce que se inclinaba sobre el río Cam.
“Seguro que el río la tiene ya. Seguro
que el río es su capilla. Y que se la
queda. Seguro
que tu cabeza inmortal, cocida en un
horno,
se ha encontrado cara a cara por fin con
el Padre,
enfangado en el fondo del Cam,
sin que sea posible ya reconocerlo, o
rescatarlo, y lo besa…”[5]
Ted sabía que Sylvia se soñaba con su
padre en los fondos líquidos, turbios, de mares y estanques y ríos.
Sólo intenta escapar
al fantasma de su padre (pero no puede, no puede) en <<Isis>>[6],
pactando con la Muerte: “Ella podía quedarse con tu padre y tú podrías tener un
hijo.”
En
<<Sangre e inocencia>>[7] Sylvia recuerda “el aullido de una niña de
nueve años / que se hizo mujer / atando una cuerda al tobillo bueno de su padre
/ y sacándolo a la luz”. Se ve luego en un teatro que se queda…
“…repentinamente vacío,
en el cual sólo quedaban los rostros
los rostros rostros rostros rostros
de mamá papá mamá papá --
papá papá papá papá
mamá mamá”
Al
final de sus trabajos Sylvia aparece (de nuevo, como al principio, como
siempre) sola en el escenario, observada por los rostros de mamá y papá, los
cuales, al repetirse infinitamente (falta adrede la puntuación) espantan.
[1]
<<Fairy Tale>>. Ted Hughes, en Birthday
Letters, pp. 159 – 161.
[2]
<<The Minotaur>>. Ted Hughes, en Birthday Letters, p. 120.
[3]
<<Dream Life>>. Ted Hughes, en Birthday
Letters, pp. 141 – 142.
[4]
<<La mesa>> (<<The Table>>). Ted Hughes, en Birthday Letters, pp. 138 – 139.
[5]
<<La cabeza de barro>> (<<The Earthenware head>>). Ted
Hughes, en Birthday Letters, pp. 57 –
58.
[6]
<<Isis>>. Ted Hughes, en Birthday
Letters, pp. 111 – 112.
[7]
<<Blood and Innocence>>. Ted Hughes, en Birthday Letters, pp. 168 – 169.
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