lunes, 8 de abril de 2013

4. El espíritu de Otto Emil Plath



         El fantasma de Otto Emil Plath fue pesadísimo: a su hija no la dejaba vivir, continuamente la asombraba, fatigaba su ánimo. La molestaba. Digo que la molestaba, porque molestar vale “…dar fastidio o pesadumbre, inquietar o perturbar el sosiego de alguno” (Aut.), porque viene del latín “moles”, que dio también “mole” y apunta con eso al coloso, y porque el primo inglés del verbo significa abusar (usar torcidamente) de otro, pervertirlo.

Otto fue para Sylvia, en sus lentas últimas, un dios estropeado y malhumorado, un ogro. Su madre procuró mantener a los niños apartados del doliente, para que no lo importunasen, y para que no le cogiesen miedo. Cenaban Warren y Sylvia arriba en su cuarto, y luego el matrimonio, en el comedor, y sólo después bajaban los niños a representar para su padre todas las gracias aprendidas y a darle las buenas noches. Sylvia le enseñaba sus dibujos, tocaba alguna pieza al piano, bailaba para él, le recitaba poemas que había compuesto…Durante un tiempo, con un traje prestado de enfermera, “atendió” (es inquietante el juego) a su padre (aparece así disfrazada en una foto que incluyó en una autobiografía ilustrada que escribió en el bachillerato).
        A Otto le amputaron la pierna, y Sylvia lo imaginó lisiado. Otto murió en el hospital, y tuvo unos funerales baratos, sin demasiadas ceremonias (no ceremony else?, no ceremony else?), a los que no asistieron sus hijos (eran muy pequeños, y su madre quiso ahorrarles tan macabras formalidades).
Es posible que su prolongado alejamiento, junto al hecho de no haber estado Sylvia allí, cerrándole los ojos a su padre, embalsamándolo, mirando su entierro, dificultasen su duelo. Su padre le faltaba pero ¿estaba muerto de verdad, del todo? Cuando su madre soñó que Otto tenía un accidente de coche mientras iba, rabioso, detrás de su hija, vestida de ramera, y que moría ahogado, esta segunda muerte de su padre, fantástica, impresionó más a Sylvia que la primera.

Sylvia echó muchísimo de menos a su padre, lo amó, lo temió, lo odió sobremanera. En las imágenes, más o menos fabulosas, que se repiten en sus poemas, en sus diarios, en sus cartas, Otto es colmenero, “maestro de abejas”. Fue para ella un nadador formidable (pero aquí lo confundía con el abuelo), casi otro Neptuno. Un coloso. Ridículo Vejete. Segundo Rappaccini. Un muerto enterrado torpemente. Un ahogado tozudo. Un espíritu que no sosegaba, que no dejaba sosegar.

Sylvia fue su Antígona (Otto era Edipo en Colono, cojeando, moribundo). Sylvia fue, en el drama pseudofreudiano, su Electra (Otto era Agamenón, Aurelia Clitemnestra). Sylvia fue Crono, y capó y mató a su padre, el celeste Urano. Sylvia fue judía, y Otto, su padre, el médico nazi, le daba muy mal acabar.

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