El fantasma de Otto Emil Plath fue pesadísimo:
a su hija no la dejaba vivir, continuamente la asombraba, fatigaba su ánimo. La molestaba. Digo que la molestaba,
porque molestar vale “…dar fastidio o pesadumbre, inquietar o perturbar el
sosiego de alguno” (Aut.), porque
viene del latín “moles”, que dio también “mole” y apunta con eso al coloso, y
porque el primo inglés del verbo significa abusar (usar torcidamente) de otro,
pervertirlo.
Otto fue para Sylvia,
en sus lentas últimas, un dios estropeado y malhumorado, un ogro. Su madre
procuró mantener a los niños apartados del doliente, para que no lo
importunasen, y para que no le cogiesen miedo. Cenaban Warren y Sylvia arriba
en su cuarto, y luego el matrimonio, en el comedor, y sólo después bajaban los
niños a representar para su padre todas las gracias aprendidas y a darle las
buenas noches. Sylvia le enseñaba sus dibujos, tocaba alguna pieza al piano,
bailaba para él, le recitaba poemas que había compuesto…Durante un tiempo, con
un traje prestado de enfermera, “atendió” (es inquietante el juego) a su padre
(aparece así disfrazada en una foto que incluyó en una autobiografía ilustrada
que escribió en el bachillerato).
A
Otto le amputaron la pierna, y Sylvia lo imaginó lisiado. Otto murió en el
hospital, y tuvo unos funerales baratos, sin demasiadas ceremonias (no ceremony else?, no ceremony else?), a
los que no asistieron sus hijos (eran muy pequeños, y su madre quiso ahorrarles
tan macabras formalidades).
Es posible que su
prolongado alejamiento, junto al hecho de no haber estado Sylvia allí,
cerrándole los ojos a su padre, embalsamándolo, mirando su entierro,
dificultasen su duelo. Su padre le faltaba pero ¿estaba muerto de verdad, del
todo? Cuando su madre soñó que Otto tenía un accidente de coche mientras iba,
rabioso, detrás de su hija, vestida de ramera, y que moría ahogado, esta
segunda muerte de su padre, fantástica, impresionó más a Sylvia que la primera.
Sylvia echó muchísimo
de menos a su padre, lo amó, lo temió, lo odió sobremanera. En las imágenes,
más o menos fabulosas, que se repiten en sus poemas, en sus diarios, en sus
cartas, Otto es colmenero, “maestro de abejas”. Fue para ella un nadador
formidable (pero aquí lo confundía con el abuelo), casi otro Neptuno. Un
coloso. Ridículo Vejete. Segundo
Rappaccini. Un muerto enterrado torpemente. Un ahogado tozudo. Un espíritu que
no sosegaba, que no dejaba sosegar.
Sylvia fue su
Antígona (Otto era Edipo en Colono, cojeando, moribundo). Sylvia fue, en el
drama pseudofreudiano, su Electra (Otto era Agamenón, Aurelia Clitemnestra).
Sylvia fue Crono, y capó y mató a su padre, el celeste Urano. Sylvia fue judía,
y Otto, su padre, el médico nazi, le daba muy mal acabar.
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