En
<<Todos tus muertos queridos>>[1]
(1957) Sylvia se querella contra los muertos que “se agarran a nosotros (…)
como lapas”.
“…Desde el espejo cuya cara posterior es de
mercurio
madre, la abuela, y la bisabuela
alargan sus manos de bruja para
arrastrarme dentro,
y una imagen asoma bajo la superficie
del estanque
en el que cayó el tonto de mi padre:
los gansos, con sus patas anaranjadas,
removían sus cabellos…
Todos ésos a quienes quisimos, y se
fueron hace tanto tiempo: ellos
vuelven, sin embargo, enseguida,
enseguida: en un velatorio, en una boda,
en un bautizo, en una barbacoa familiar:
el tacto, el sabor, el perfume de esto o
de aquello,
y los forajidos vienen cabalgando a
casa,
y al santuario: apoderándose del sillón
entre el tic
y el tac del reloj, hasta que nos
vayamos,
nosotros, Gulliveres piratas,
confundidos por nuestros fantasmas, a
yacer
con ellos y echar raíces mientras mecen
las cunas.”
Los
fantasmas se quedan para asombrarnos continuamente. El de su padre, en éste, se
ha ahogado en un estanque.
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