Sylvia
trabajaba sus versos muy malherida. Así rima Ted Hughes, que fue su marido, su
escritura tremenda:
“…Y tus palabras,
rostros que se apartaban de la luz,
sujetándose las entrañas.”[1]
“...Recibías los poemas, como entrañas
humeantes,
blandamente en tus manos.”[2]
¿Qué
buscaba? “Escribir rompe las puertas de las criptas de los muertos y los
cielos que hay detrás y que los ángeles profetas esconden. La mente fabrica
y fabrica, tejiendo su telaraña.”[3] Ted
Hughes vio que Sylvia contaba una y otra vez la misma historia. Todos sus poemas “construyen un único, larguísimo poema”.
Son “capítulos de una mitología donde el argumento (…) se muestra con claridad
y fuerza – aun cuando sus orígenes y los dramatis
personae sean, en el fondo, enigmáticos”[4].
Dos años antes de su
muerte Ted Hughes decía al periodista israelí Eilat Negev:
“Toda la obra
creativa [de Sylvia Plath] cuenta sólo
una historia [just one story]: la de su amor edípico hacia su padre,
la de su compleja relación con su madre, la de su intento de suicidio, la de la
terapia de electroshock. La novela y los poemas todos cuentan una historia [one story], y ella jamás escribió
sobre ninguna otra cosa. Fuera lo que fuera lo que escribiese antes valía
como metáforas de partes de esta historia
[story]. La fuerza de estos poemas
radica en su habilidad para agarrarse a los sentimientos de una niña de ocho
años, emociones que estuvieron fermentando durante veinte años. Y esta niña pequeña, desnuda, está en el
fondo de todo esto.”[5]
Sobre
el poema de Sylvia, <<Las piedras>> (<<The Stones>>),
dice Hughes que “una persona nueva [a new self] ha aparecido. O más bien una
vieja persona, hecha pedazos [an old shattered self], reducida por la violencia
a su meollo esencial”. Esta persona,
o máscara, “reparada”, “habla con una voz nueva (…) la voz, que ahora nos
resulta familiar, de Ariel”[6], que
publica su verdadero ser. Sylvia dio a uno de sus poemas y al poemario que
saldría póstumo el título de Ariel. Así quiso (solamente así pudo) escribir
Sylvia, la “leona de Dios”[7],
“blanca / Godiva”[8],
subida a Ariel, su peligrosa, inquietante yegua nocturnina, puesta sobre la
piedra sacrificial (dicen también Ariel al altar de los holocaustos[9]),
susurrándole los versos al oído al estupendo duendecillo de La Tempestad. Sólo así pudo contar lo
suyo con su padre.
[1]
De Ted Hughes, <<El lugar tierno>> (<<The Tender
Place>>), en Ted Hughes, Birthday
Letters, pp. 12 – 13.
[2]
De Ted Hughes, <<El cazador de conejos>> (<<The Rabbit
Catcher>>), en Ted Hughes, Birthday
Letters, pp. 144 – 146.
[3]
Sylvia Plath, The Journals…, 17 – VII
– 1957, p. 286. Su subrayado.
[4]
Ted Hughes, <<Notas sobre el orden cronológico de los poemas de Sylvia
Plath>>. En Charles Newman, ed., The
Art of Sylvia Plath: A Symposium, Londres, Faber and Faber, 1970, p. 187.
En Erica Wagner, Ariel’s Gift, p. 18.
[5]
Ted Hughes, en The Daily Telegraph,
31 – X – 1998. En Erica Wagner, Ariel’s
Gift, p. 18.
[6]
Ted Hughes, en Paul Alexander (ed.), Ariel
Ascending: Writings About Sylvia Plath, Nueva York, Harper & Row, 1985,
pp. 157 – 158. En Erica Wagner, Ariel’s
Gift, p. 19.
[8]
Sylvia Plath, <<Ariel>>. En Sylvia Plath, Collected Poems, pp. 239 – 240.
[9]
Ezequiel, XLIII, 15 – 16.
No hay comentarios:
Publicar un comentario