lunes, 8 de abril de 2013

3. Ariel




        Sylvia trabajaba sus versos muy malherida. Así rima Ted Hughes, que fue su marido, su escritura tremenda:

        …Y tus palabras,
        rostros que se apartaban de la luz,
        sujetándose las entrañas.[1]

        “...Recibías los poemas, como entrañas humeantes,
        blandamente en tus manos.[2]

        ¿Qué buscaba? “Escribir rompe las puertas de las criptas de los muertos y los cielos que hay detrás y que los ángeles profetas esconden. La mente fabrica y fabrica, tejiendo su telaraña.”[3] Ted Hughes vio que Sylvia contaba una y otra vez la misma historia. Todos sus poemas “construyen un único, larguísimo poema”. Son “capítulos de una mitología donde el argumento (…) se muestra con claridad y fuerza – aun cuando sus orígenes y los dramatis personae sean, en el fondo, enigmáticos”[4].

Dos años antes de su muerte Ted Hughes decía al periodista israelí Eilat Negev:

“Toda la obra creativa [de Sylvia Plath] cuenta sólo una historia [just one story]: la de su amor edípico hacia su padre, la de su compleja relación con su madre, la de su intento de suicidio, la de la terapia de electroshock. La novela y los poemas todos cuentan una historia [one story], y ella jamás escribió sobre ninguna otra cosa. Fuera lo que fuera lo que escribiese antes valía como metáforas de partes de esta historia [story]. La fuerza de estos poemas radica en su habilidad para agarrarse a los sentimientos de una niña de ocho años, emociones que estuvieron fermentando durante veinte años. Y esta niña pequeña, desnuda, está en el fondo de todo esto.”[5]

        Sobre el poema de Sylvia, <<Las piedras>> (<<The Stones>>), dice Hughes que “una persona nueva [a new self] ha aparecido. O más bien una vieja persona, hecha pedazos [an old shattered self], reducida por la violencia a su meollo esencial”. Esta persona, o máscara, “reparada”, “habla con una voz nueva (…) la voz, que ahora nos resulta familiar, de Ariel[6], que publica su verdadero ser. Sylvia dio a uno de sus poemas y al poemario que saldría póstumo el título de Ariel.  Así quiso (solamente así pudo) escribir Sylvia, la “leona de Dios”[7], “blanca / Godiva”[8], subida a Ariel, su peligrosa, inquietante yegua nocturnina, puesta sobre la piedra sacrificial (dicen también Ariel al altar de los holocaustos[9]), susurrándole los versos al oído al estupendo duendecillo de La Tempestad. Sólo así pudo contar lo suyo con su padre.

       


[1] De Ted Hughes, <<El lugar tierno>> (<<The Tender Place>>), en Ted Hughes, Birthday Letters, pp. 12 – 13.
[2] De Ted Hughes, <<El cazador de conejos>> (<<The Rabbit Catcher>>), en Ted Hughes, Birthday Letters, pp. 144 – 146.
[3] Sylvia Plath, The Journals…, 17 – VII – 1957, p. 286. Su subrayado.
[4] Ted Hughes, <<Notas sobre el orden cronológico de los poemas de Sylvia Plath>>. En Charles Newman, ed., The Art of Sylvia Plath: A Symposium, Londres, Faber and Faber, 1970, p. 187. En Erica Wagner, Ariel’s Gift,  p. 18.
[5] Ted Hughes, en The Daily Telegraph, 31 – X – 1998. En Erica Wagner, Ariel’s Gift, p. 18.
[6] Ted Hughes, en Paul Alexander (ed.), Ariel Ascending: Writings About Sylvia Plath, Nueva York, Harper & Row, 1985, pp. 157 – 158. En Erica Wagner, Ariel’s Gift, p. 19.
[7] Así lo traduce en sus márgenes la Biblia de Ginebra.
[8] Sylvia Plath, <<Ariel>>. En Sylvia Plath, Collected Poems, pp. 239 – 240.
[9] Ezequiel, XLIII, 15 – 16.

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