“…y un ahogado, quejándose del enorme
frío,
sale arrastrándose del mar.”[1]
En
su edición de las cartas de su hija Sylvia, Aurelia Plath[2]
recuerda que el año 1945 llevó a sus hijos a ver La Tempestad, de William Shakespeare. Aquella tarde de teatro fue
para Sylvia, que aún no había cumplido los doce años, según su madre, una
“ocasión celestial”.[3] Sylvia
piensa “otro título” para su libro, Full
Fathom Five (En el fondo del mar, a
cinco brazas):
“Guarda una relación
más rica con mi vida y con sus símbolos que ninguna otra cosa que haya soñado
antes: tiene como fondo La Tempestad,
y asocia el mar, que es una metáfora central de mi infancia, mis poemas y el
inconsciente del artista, con la imagen del padre, puesto que todo ello toca en
mi padre, la musa masculina sepultada & el dios-creador que vuelve de entre
los muertos convertido en mi compañero, Ted, y con neptuno, el padre marino, y
con las perlas y el coral delicadamente labrados: el mar que transforma en
perlas la ubicua arena de la tristeza y de la tediosa rutina. (…) Empezaré
escogiendo objetos mágicos y escribiré sobre ellos: hombres de barbas marinas…empiezo
así, sondeando los fondos de mi mente, sumergida en las profundidades, ‘y está
viejo y viejo está triste y viejo está triste y cansada regreso a ti, mi padre
frío, mi padre frío y tarado, mi padre frío, tarado, terrible…” así habla
Joyce, así el río remonta hasta la fuente paternal de la divinidad.”[4]
Semanas después[5] insiste en que el poema trata de su “musa
paternal, marina, divina”.
En
La Tempestad (I, II, 390 – 407)
Ariel, duendecillo gamberro, se lleva con “aires dulces” a Fernando, y rima
luego a su padre, “ahogado”. Era engaño sañudo, con aquel trabajo ganaría el
príncipe de este cuento a Miranda, la hija del Rey Mago.
Canción
de Ariel.
“En el fondo del mar, a
cinco brazas, yace
Tu padre. De sus huesos se fabrica el coral,
Ésas de ahí son perlas, pero fueron sus ojos:
No hay parte alguna, que pueda disolverse,
Que el mar no mude en algo riquísimo y extraño.
Ninfas marinas tocan por él todas las horas
A muerto. Tan, talán. ¿No las oyes? Ahora
Las oigo yo: tan, doblan las campanas, talán.”
El
poema de Sylvia, <<Afondado cinco brazas>>[6]
(1958), reescribe, o traduce, la Canción
de Ariel.
“Viejo, rara vez asomas a la superficie.
Luego entras con la menguante,
cuando los mares vacían en las playas
sus muertos, cubierto
de espuma: el pelo blanco, la barba
blanca, remoto,
una red barredera que se eleva o se
derrumba, removida
por las crestas y los tumbos de las
olas. A lo largo de millas y millas
se extienden los haces radiales
de tu cabellera suelta, en cuyas madejas
arrugadas,
anudado, atrapado, sobrevive
el mito antiguo de orígenes
inimaginables. Flotas muy cerca,
como las zozobrantes montañas de hielo
del norte, que hay que esquivar,
y no pueden ser sondadas. Toda oscuridad
comienza con un peligro:
tus peligros son numerosos. Yo
no puedo mirarte mucho tiempo sin que tu
forma sufra
alguna extraña herida
y parezca morir: del mismo modo los
vapores
se deshilachan cuando clarece en el mar
del alba.
Los rumores enfangados
de tu sepultura me mueven
a creer en ella sólo a medias: tu
reaparición
prueba que quienes murmuraban no tocaban
fondo,
pues por las arrugas arcaicas, excavadas
en tu rostro veteado, el tiempo corre a
raudales:
caen los años igual que la lluvia
sobre los canales inmutables
del océano. Ese humor tan fino y
esa resistencia son remolinos
capaces de arramblar con los fundamentos
de la tierra y con la cumbrera del cielo.
De cintura para abajo, puedes soltar
una maraña laberíntica
que eche raíces entre nudillos, tibias,
cráneos. Inescrutable,
debajo de unos hombros que jamás
ha visto nadie que conservase luego la cabeza,
desafías las preguntas:
desafías a toda otra divinidad.
Yo ando, seca, por la frontera de tu reino,
exiliada enhoramala.
Tu lecho de conchas sí lo recuerdo.
Padre, este aire espeso es asesino.
Quisiera respirar agua.”
Sylvia
contempla “cómo, muerto, vive aún, y pierde su forma, y de nuevo toma forma, y
otra vez se hace”[7],
como el rey ahogado de La canción de
Ariel, y sufre extrañas metamorfosis en el fondo del mar. Sylvia quisiera
juntarse con él allí.
[1]
De <<Una vida>> (<<A Life>>), 18 – XI – 1960, en Sylvia
Plath, Collected Poems, pp. 149 –
150.
[3]
Paul Alexander, Rough Magic: A Biography
of Sylvia Plath, Nueva York, Penguin, 1992, p. 44. En Erica Wagner, Ariel’s Gift, p. 99.
[4]
Sylvia Plath, The Journals…, 11 – V –
1958, p. 381.
[5]
Sylvia Plath, The Journals…, 4 – VII
– 1958, p. 399.
[6]
<<Full Fathom Five>>, en Sylvia Plath, Collected Poems, pp. 92 – 93.
[7]
Sylvia Plath, The Journals, 26 – I –
1958, p. 319.
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